La salud sexual es parte integral de la salud humana. No se trata sólo de la ausencia de enfermedad, sino más bien de una cuestión de bienestar integral (físico, mental, emocional) que le permite a una persona alcanzar su potencial y disfrutar la vida.
La salud sexual tiene que ver con el cuidado propio, y con reconocer las capacidades de nuestros cuerpos, incluida la capacidad de sentir y dar placer. Trata sobre relaciones construidas a partir de la confianza y el respeto mutuos, así como podamos expresarnos libremente, ejerciendo nuestros derechos con seguridad, para poder conectar con las demás personas.
La salud sexual es un derecho que nos permite ejercer nuestros derechos humanos, y tiene como base el derecho de toda persona a la autonomía corporal.
En el centro mismo de la salud sexual se encuentra el consentimiento. Toda persona tiene derecho a decidir si quiere, cuándo quiere y con quién tener relaciones sexuales.
Esto forma parte del derecho de todas y todos a tomar sus propias decisiones sobre sus propias vidas y sus propios cuerpos, incluso si quieren tener hijos y cuándo. Esto significa que cada persona debe tener acceso a todo lo que necesita (incluidos los métodos anticonceptivos y la gama completa de servicios e información de salud sexual y reproductiva) para hacer realidad estos derechos.
El empoderamiento personal y colectivo fortalece y sustenta la salud sexual. Somos más saludables cuando conocemos nuestros propios cuerpos, cuando aprendemos a cuidarnos y protegernos y cuando podemos acceder fácilmente a servicios y apoyo. Esos servicios y apoyo deben estar disponibles y ser accesibles y asequibles para todas las comunidades.
Con demasiada frecuencia se niega el derecho a la salud sexual, especialmente a las mujeres y niñas, a las personas LGBTQI+, a las personas con discapacidad y a quienes viven en la pobreza o pertenecen a poblaciones y comunidades que enfrentan discriminación.
Se niega el derecho a la salud sexual cuando las relaciones sexuales están envueltas en velos de vergüenza e ignorancia, o cuando se ven mediadas por la coacción, el abuso o la explotación. Se niega también cuando las personas enfrentan el estigma, la discriminación y la violencia, y cuando la atención de la salud sexual y reproductiva está fuera de alcance, como durante las crisis humanitarias o como resultado de la pobreza y las injusticias sistémicas enraizadas en el sexismo, el racismo, la discriminación contra personas discapacitadas, la homofobia y la transfobia.
En todo el mundo, el UNFPA promueve la salud sexual mediante el fomento del derecho de toda persona a la autonomía corporal y el apoyo al acceso a servicios esenciales de salud sexual y reproductiva, sin discriminación. En tiempos de estabilidad y crisis humanitarias, trabajamos para asegurar el acceso a los anticonceptivos, a la educación integral en sexualidad, a la salud materna y a los servicios para prevenir y responder a la violencia de género y a prácticas nocivas como la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil.